Estamos entrando en una fase de lo que podríamos denominar "realidad híbrida", en la que, dicho de forma sencilla, se va a mezclar lo nuestro con lo de la IA, de una forma cada vez más difícil de distinguir. Ya no es solo que un bot se comunique con nosotros y no seamos capaces de intuir la máquina que hay detrás, hablo de algo más sutil, hablo del "yo" digitalmente vitaminado que va a emerger de nuestro antiguo ser. Podremos romper una relación con la elegancia que nunca tuvimos, o podremos escribir un artículo de forma tutelada por esa máquina que nos hará ser precisos y certeros; podremos crear una obra artística a través de simples prompts. Sintetizaremos, crearemos, corregiremos, pondremos a nuestro servicio una suerte de neuronas digitales que nos aportarán una nueva inteligencia. Podremos, si queremos, sacar una mejor versión de lo que somos, iniciaremos un proceso de fusión con una potente herramienta que nos llevará a un 2.0. Y, boom, pensaremos que somos eso.
Ganaremos mucho, pero también perderemos el error y la humanidad, en vez de interactuar empezaremos a correr el riesgo de que nos interactúen, de que "algo" se esfuerce por nosotros. No debemos perder de vista el balance: qué nos aporta y qué nos resta. Ambas partes serán altas.
No me cabe duda de que en todas generaciones pasa, pero no dejan de ser increíbles los paradigmas evolutivos que hollamos y que las nuevas generaciones asumen con normalidad mientras que las viejas, ancladas a otra realidad pasada, ven, curiosamente, con indiferencia o estupefacción.
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