La historia de la evolución humana puede ser contada desde muchas perspectivas, serán millones de páginas las que hemos dedicado a describirnos a nosotros, nuestros antepasados, nuestro presente, y previsiones sobre nuestro futuro. Dadnos un espejo y nos entretendremos con gusto.
Permitidme hacer un rápido esbozo que muestre nuestra evolución quizás con excesiva ligereza.
Empezaríamos hablando de una especie que desarrolló una inteligencia superior a la del resto de especies y que le llevó a la autoconsciencia. Somos además seres sociales, y esa necesidad de juntarnos, agregarnos y organizarnos nos hizo pasar por diversas etapas y transiciones. Concentramos recursos gracias a la agricultura, se permitió que algunos de nuestros seres tuvieran la ociosidad suficiente como para dedicar sus energías vitales a aspectos accesorios no relacionados con la supervivencia. Las expresiones artísticas siempre llamaron nuestra atención, con ellas conseguimos la abstracción, conseguimos decir mucho a un nivel pragmáticamente innecesario, conseguimos expresarnos por encima de nuestras necesidades, flotábamos por encima de nosotros. Quizás por estas influencias fijamos nuestra atención en el lenguaje, la clave para comunicarnos pero también para traducirnos, la herramienta perfecta para transmitir nuestras nimiedades y nuestras grandilocuencias, todo cabe en él. Con el extra especial de poder almacenar experiencias, pensamientos, sensaciones... conocimientos.
Cada letra, en forma de pictograma, representaría una idea básica y tejiendo unas con otras se podría expresar toda la sabiduría y el conocimiento acumulados por el hombre. Este lenguaje pictórico universal desnudaría las relaciones lógicas entre todos los conceptos y permitiría una visión singular de los fundamentos esenciales de las cosas, uniendo la ciencia, matemática y metafísica bajo una lengua común.(1)
Conseguimos el don de la acumulación de conocimientos, ya no partíamos de cero, nuestra evolución se sostenía en el paso previo que dieron unas cuantas mentes selectas de nuestros antepasados. La evolución comenzó a escribirse, marcarse, dictarse. Conseguimos llegar a la industrialización, llegaron las máquinas para suplirnos, aunque realmente llegaron para acompañarnos. En promedio nunca fuimos seres relevantes, pero en ese momento quedó claro que éramos engranajes de un nuevo concepto, no dejábamos de ser peones de un juego de ajedrez jugado por otros. El mundo evolucionó y a nosotros, como sociedad se nos reeducó. Medio mundo cambió de la pobreza a la clase media, mejoraron condiciones y surgió la necesidad de entretener a una gran masa que, sin tener voz, podría tenerla. La coerción pasó desde un nivel físico a uno mental: sintámonos libres mientras los cauces fluyen por donde otros deciden. Se comenzaron a combinar esfuerzos por atenuarnos con esfuerzos por complacernos. Llegó el momento de un gran truco de magia: hacernos sentir listos sin (necesariamente) serlo. En Kodak fueron los primeros que lo plasmaron con palabras: pulsa el botón que nosotros hacemos el resto. Hoy la Inteligencia Artificial coge el testigo y desarrolla esos postulados, podremos ser fotógrafos, escritores, músicos... sin problema ni mérito. Todo vale si respondemos con nuestra inocuidad.
Echando la vista atrás podemos acceder a una visión global de nuestra evolución: la sociedad en su conjunto nunca ha sido determinante para la evolución, desde el comienzo de la agricultura hemos sido mano de obra para diversos sistemas productivos, y se nos ha tratado de forma distinta según han cambiado los tiempos: antaño se nos contenía desde la violencia, hoy desde la (refinada) disuasión. Han sido otros los que han cambiado los caminos, siempre hemos sido soldados de algún general, o vulgo entre grandes mentes. Las reglas las cambiaron siempre otros, no incontables como nosotros, más bien nombrables, como Einstein, Gödell, Pasteur, Ford, Mendel, Turing o Von Neumann. No hace falta ni que nos suenen todos, pero ellos marcaron los cambios, marcaron los tiempos para un cambio de melodía. El motor de combustión, el proyecto Manhattan, la computación, el blockchain, la edición genética... No hace falta ni que nos parezcan importantes: marcaron los cambios de era. El promedio de nosotros nunca importó, nuestro esfuerzo fue acoplarnos a los progresivos cambios, a la progresiva nueva realidad, la cual nosotros apenas alcanzamos a llamar realidad.
Empecé escribiendo estas líneas con un progresivo pesimismo, que veía tiempos gloriosos en nuestra historia, grandes logros: arte y abstracciones, lenguaje, siglos de oro, etc., para pasar a tiempos en los que entrábamos en una fase decadente, donde se nos empujaba a no pensar, a dispersarnos en lo vacuo y lo inocuo. Pero intuyo ahora lo antes dicho: el promedio de nuestra especie nunca importó, cumplimos el papel de tonto útil, se nos empuja a ser el engranaje que cada momento histórico requirió. Eso no ha cambiado. ¿Ha cambiado algo entonces?
Sí.
Aun con todo lo dicho la especie humana siempre tuvo las riendas de su destino, letras escritas por algunos elegidos, pero parte de nosotros y de nuestro intelecto, aquellos más sobresalientes. Hoy comienza la transición hacia algo nuevo. Hemos creado algo que finalmente pensará por nosotros, no en promedio, en global. Estamos en los albores de ser innecesarios, no en promedio, como hasta ahora, en global. No habrá grandes mentes que nos dirijan. Hemos delegado esa función, la cual, si bien creada por humanos, estará en breve por encima de nosotros.
La lectura que saco de esto es mucho menos pesimista de lo que parece. Nosotros como promedio siempre hemos vivido fuera del despacho del director. Eso no cambia. Nos cambian los jefes. Podemos darles el beneficio de la duda.
(1) Después de la luz. Benjamín Labatut
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